Pruebas y diagnóstico
Puesto que las nuevas infecciones por el virus de la hepatitis C no suelen causar síntomas, los nuevos casos se diagnostican poco si son recientes. En cuanto a la infección crónica, a menudo se queda también sin diagnosticar porque se mantiene asintomática durante décadas, hasta que aparecen síntomas secundarios al daño hepático grave.
La infección por el virus de la hepatitis C se diagnostica en dos etapas:
- La detección de anticuerpos contra el virus mediante una prueba serológica revela la infección.
- Si dicha prueba de anticuerpos da positivo, se efectúa otra prueba para detectar el ácido ribonucleico (ARN) del virus a fin de confirmar la infección crónica y la necesidad de tratamiento. Esta prueba es importante porque alrededor del 30% de los infectados eliminan espontáneamente el virus mediante una potente respuesta inmunitaria sin necesidad de tratamiento, pero seguirán dando positivo en la prueba de detección de anticuerpos. La prueba de detección del ARN del virus de la hepatitis C se puede hacer en un laboratorio o con un sencillo aparato en el lugar donde se atiende al paciente.
- Se están ultimando pruebas de diagnóstico innovadoras, como la que detecta el antígeno central del virus, que permitirán diagnosticar la infección activa.
- Enzimoinmunoanálisis (EIA) para detectar anticuerpos contra el VHC
Los siguientes exámenes se hacen para identificar y monitorear el daño hepático a causa de VHC:
- Nivel de albúmina
- Pruebas de la función hepática
- Tiempo de protrombina
- Biopsia del hígado
- Elastografía transitoria usando ultrasonido
- Elastografía por resonancia magnética (ERM)
Una vez diagnosticada una infección crónica por el virus de la hepatitis C, se deberá evaluar la magnitud del daño hepático (fibrosis y cirrosis) mediante biopsia hepática o diversas pruebas no invasivas. Las lesiones hepáticas servirán para orientar las decisiones terapéuticas y clínicas.El diagnóstico precoz puede prevenir problemas de salud derivados de la infección y evitar la transmisión del virus. La OMS recomienda someter a pruebas a las personas que puedan correr más riesgo de infectarse.
Tratamiento
Hay tratamientos eficaces frente a la hepatitis C, cuyo fin es curar la enfermedad y prevenir el daño hepático a largo plazo.
Para tratar esta infección se emplean medicamentos antivíricos, como el sofosbuvir y el daclatasvir. Las nuevas infecciones no siempre necesitan tratamiento, ya que el sistema inmunitario de algunas personas puede combatirlas por sí solo, pero la hepatitis C crónica sí se debe tratar.
Además, la adopción de ciertos hábitos, como evitar las bebidas alcohólicas y mantener un peso saludable, puede ser beneficiosa. Con un tratamiento adecuado, muchas personas pueden curarse de la infección por hepatitis C y mantenerse sanos.
La OMS recomienda tratar con antivíricos de acción directa pangenotípicos a todos los adultos, adolescentes y niños de hasta los 3 años de edad con infección crónica por hepatitis C. Los tratamientos orales con estos fármacos tienen pocos o ningún efecto secundario, curan a la mayor parte de los infectados y son breves (normalmente, de 12 a 24 semanas, dependiendo de la ausencia o presencia de cirrosis).
Prevención
No se dispone de vacunas eficaces contra la hepatitis C y la mejor forma de prevenir la enfermedad es evitar el contacto con el virus.
Los establecimientos de salud deben extremar las precauciones, y lo mismo deben hacer las personas con mayor riesgo infectarse por este virus.
Las personas que corren más riesgo son las que se inyectan drogas, los hombres que tienen relaciones sexuales con hombres y las personas seropositivas para el VIH.
Estas son algunas medidas que se pueden tomar para prevenir la transmisión de la hepatitis C:
- la administración correcta y sin riesgos de inyecciones por trabajadores de la salud;
- la manipulación y eliminación segura de desechos y objetos cortopunzantes;
- los servicios de reducción de daños para los consumidores de drogas inyectables, por ejemplo, con programas de intercambio de agujas, asesoramiento sobre el consumo de sustancias y tratamientos con agonistas opiáceos;
- el análisis de la sangre donada para detectar el virus de la hepatitis C y otros virus;
- la formación del personal de salud;
- el uso de métodos protectores de barrera durante las relaciones sexuales, como el preservativo.